sábado, 6 de maio de 2017

Poetisa

Gabriela Mistral: Premio Nobel de Literatura 1945 (a sesenta años)
Por: Pedro Pablo Zegers Blachet
Postado por: dlsotolepe
La candidatura de Gabriela Mistral al Premio Nobel de Literatura data de 1939, año en el que surge un movimiento de opinión, que nació en el Ecuador y que se propagó por toda América, reclamando el premio para la escritora chilena. 
Fue apoyado por la prensa de todo el continente y por las instituciones literarias de Chile y de la casi totalidad de los países americanos. Se adscriben a este llamado, las Academias de Letras oficiales, entre ellas la española.
«Voy a contar cómo surgió mi candidatura para el Premio Nobel. La idea nació de una amiga mía, Adela Velasco, de Guayaquil, quien escribió al extinto presidente de Chile, señor Aguirre Cerda, que fue compañero mío, y sin consultarme presentó mi candidatura. En este momento tengo también que recordar a Juana Aguirre, esposa del Presidente».
(Entrevista concedida por Gabriela Mistral a La United Press, Rio de Janeiro, 1945
Norberto Pinilla, estudioso de la obra de Gabriela, observa que en realidad quien tuvo la primera iniciativa fue Virgilio Figueroa en su obra La divina Gabriela, publicada en 1933, y cuyo pedido, quejumbroso y altisonante, como todo su libro, no tuvo eco alguno en su momento.
Pero no bastaba el apoyo de las instituciones culturales de América. Era indispensable cumplir ciertos requisitos exigidos por la Academia Sueca en su reglamento. En primer lugar, los académicos debían conocer al autor, por lo tanto éste debía tener obras traducidas al sueco o, por lo menos, al inglés y al francés. De modo que el camino no era fácil y ofrecía muchas dificultades porque como bien lo había señalado la propia Gabriela «el poeta es la persona literaria menos traducida en el mundo en forma de libro».
Gabriela conocía los requisitos. Desde Niza, en 1939, se los comunicó a su comprovinciano Gabriel González Videla, en aquel entonces Ministro de Chile en Francia. La escritora proporcionó todos los datos que se le pedían, añadiendo: «Yo... no me doy ninguna diligencia en ayudarlos, aunque agradezco mucho su generosidad. Jamás haré el papel de vocero de mi nombre literario ni de mi obra misma». 
Lo anterior, porque creía firmemente que eran varios los literatos de América que podían ser distinguidos, como el venezolano Rómulo Gallegos, el mexicano Alfonso Reyes y el brasileño Casiano Ricardo. Lamentando que el premio no le hubiese sido concedido a Leopoldo Lugones, agregando que «nuestra literatura hispanoamericana es conocida en Europa sólo por los especialistas y por los que leen español».
Pese a todos los obstáculos, la campaña continuó impulsada por el propio Pedro Aguirre Cerda. Sus poemas comenzaron a ser traducidos al francés por Francis de Miomandre, Georges Pillement, Mathilde Pomes y Max Daireaux. Gabriel González Videla planeó la publicación de estas traducciones para la cual obtuvo un prólogo de Paul Valéry. Trabajo que Gabriela rechazó y no precisamente por falta de aprecio al autor. «Yo tengo por Valery -señala Gabriela en carta a Matilde Pomes- la más cabal y subida admiración en cuanto a capacidad intelectual y a una fineza tan extremada, que tal vez nadie posee en Europa, es decir, en el mundo». Lo que ocurría, en opinión de Gabriela es que Valéry no poseía un cabal conocimiento del español y, por tanto, «no podía juzgar con efectividad sus versos».
Sí aceptó un prólogo de Francis de Miomadre, poeta de menor altura que Valéry, pero mayormente conocido como traductor del español.
La irrupción de la guerra impide la aparición del libro, y frente al conflicto, la Academia decide suspender a partir de 1940 la concesión de sus premios, la que sólo se reanuda en 1944. La suspensión del premio, no impide la continua llegada a Estocolmo de peticiones provenientes de las más diversas instituciones y personalidades a favor de la candidatura de Gabriela Mistral. Tanto interés despertó la curiosidad del entonces secretario de la Academia Sueca, el académico Hjalmar Gullberg, quien tradujo al sueco muchas poesías de Gabriela, tomando de Desolación: «Balada», «Los huesos de los muertos», «Poema del hijo», «El niño solo», «El corro luminoso» y «Meciendo». De su libro Tala: «Adiós», «La copa» y «Beber», traducciones que dieron origen a una pequeña antología que fue publicada en 1941, bajo el título de Poema del hijo, en Bonniers Littera Magasin. La poesía de Gabriela comenzó a ser conocida por los suecos y la meta para la obtención del galardón se hacía cada vez más cercana.

«Estaba sola en Petrópolis, en mi cuarto, escuchando en la radio las noticias de Palestina. Después de una breve pausa en la emisora se hizo el anuncio que me aturdió y que no esperaba. Caí de rodillas frente al crucifijo que siempre me acompaña y bañada en lágrimas oré: "¡Jesucristo, haz merecedora de tan alto lauro a ésta tu humilde hija!... Matilde -se refiere a Matilde Ladrón de Guevara-, si no fuera por la traducción maestra que hizo de mi obra el escritor sueco, puliendo mi técnica, y con ello, mejorando mis poemas, tal vez jamás me habrían favorecido con el gran premio. Créalo, hermana"».

Recibida oficialmente la noticia de la adjudicación del premio Nobel, Gabriela comienza sus preparativos para viajar a Suecia. La premiación se iba a realizar el 10 de diciembre y su partida había sido fijada para el día 18 de noviembre. Tenía poco tiempo para los preparativos del viaje y su preocupación se centraba en el vestido que usaría para la ceremonia y en el frío que reinaba en los países nórdicos. Fue asesorada por la esposa del ministro de Suecia quien la obligó a aceptar en préstamo su abrigo de pieles.La acompaña en este viaje María Ana de Terra, -como lo certifica el pasaporte con el cual viajan a Estocolmo- esposa del sobrino del ex presidente Terra del Uruguay. Gabriela se encontraba en muy mal estado de salud. El 18 de noviembre, ambas se embarcan en el vapor Ecuador. Acuden a despedirla numerosas autoridades. Entre los presentes se encontraba el embajador de Chile, doctor Beltrami Morales, y el ministro plenipotenciario de Suecia, señor Ragnar Kamlin. Antes de partir, Gabriela declara a un periodista de la Agencia Reuter: «El nuevo mundo ha sido honrado en mi persona. Por lo tanto mi victoria no es mía, sino de América».
El Ecuador arriba al puerto de Göteborg el 8 de diciembre y al día siguiente, Gabriela Mistral y María Ana de Terra toman el tren con destino a Estocolmo. A su llegada, la esperaban el ministro de Chile, Enrique Gajardo Villarroel, el presidente de la Fundación Nobel, Ragnar Sohlman y el secretario de la cancillería sueca, Bill Hagen.
La ceremonia se realizaría el 10 de diciembre a las 17:00 horas en el «Konserthuset» (Palacio de la Filarmónica) de Estocolmo. Asistirían más de tres mil invitados, entre los que se contaban los miembros de la familia real, el cuerpo diplomático, el primer ministro sueco, entre otras personalidades. La entrega del premio la haría el rey Gustavo V.
Entre los testimonios de esta ceremonia cabe rescatar los del entonces ministro de Chile en Suecia, Enrique Gajardo Villarroel y el del escritor argentino Manuel Mujica Láinez, enviado especial del diario La Nación para cubrir esta noticia. Cuenta Mujica Láinez que se encontró con Gabriela Mistral en el hotel a su llegada de Göteborg: «Los periodistas la asediaban y ella accedía a sus solicitudes con la graciosa hidalguía que le es propia, dejándose retratar con el enorme abrigo que ha traído del Brasil, y que le prestó allí la esposa del ministro de Suecia, pues la poetisa no ha tenido tiempo materialmente para preparar un ajuar adecuado a los rigores de este clima».

«... Evidentemente -le comenta Gabriela a Mujica Láinez-, lo que Suecia deseaba es que la alta recompensa recayera en la América del Sur. Otros hubo que pudieron recibirla con tantos o más méritos que yo... Si a alguno creo celebrar es a esa multitud de niños de ayer que son los hombres de hoy y que en todo el continente me conocieron y me quisieron, porque yo los conocí y los quise».

El mismo Mujica Láinez nos entrega, a su vez, una viva descripción de la ceremonia del día 10 de diciembre:

«Había comenzado a nevar. A las 17:00 horas en punto el rey Gustavo V entró al Palacio de los Conciertos acompañado de su familia. Los premiados fueron apareciendo en el proscenio precedidos por el anuncio metálico de los clarines. La escritora chilena llegó del brazo del secretario de la Academia de Letras. Entre los que habían obtenido el galardón se encontraban Fleming, Chain y Florey a quienes debemos la penicilina.
Se ejecutó el himno sueco, se escuchó un breve discurso del presidente de la Fundación y luego se procedió a presentar a los premiados. A medida que éstos eran proclamados, descendían del estrado y recibían de manos del Rey el diploma y la medalla. El monarca pronunciaba unas breves palabras y los aplausos se oían en la sala.
Cuando le tocó el turno a Gabriela Mistral, los aplausos se hicieron más intensos, probablemente porque se trataba del primer escritor hispanoamericano que recibía el premio y la quinta mujer a quien se otorgaba esa recompensa».
La presentación estuvo a cargo de Hjalmar Gullberg, quien luego de hablar en sueco a la concurrencia, se dirigió en español a la escritora:

«Un día, las lágrimas de una madre hicieron que toda una lengua desdeñada por la gran sociedad rehallara su nobleza y conquistara la gloria por el poder de la poesía. Se cuenta que Mistral, el primero de los dos poetas que llevan el mismo nombre que el viento del Mediterráneo, habiendo escrito, joven estudiante todavía, sus primeros versos en francés, logró con ello que su madre comenzara a derramar incontenibles lágrimas. En efecto, ella no era más que una campesina ignorante del Languedoc y no comprendía esta lengua refinada. Fue entonces que su hijo decidió escribir de allí en adelante en provenzal, su lengua materna. Escribió Mireille, que cuenta el amor de la linda campesinita por el pobre artesano, esa epopeya de la cual exhalaba el perfume de la tierra en flor y que termina con una muerte cruel. Así fue cómo la vieja lengua de los trovadores volvió a ser la lengua de la poesía. El Premio Nobel de Literatura volcó la atención del mundo sobre este hecho, en 1904. Diez años más tarde moría el poeta de Mireille.

El mismo año en que estallaba la Primera Guerra Mundial, un nuevo Mistral se presentaba, desde el otro extremo del mundo, a los Juegos Florales de Santiago de Chile y obtenía el laurel con algunos poemas de amor dedicados a un muerto.
La historia de Gabriela Mistral es tan conocida de los pueblos de la América del Sur que, transmitiéndose de país en país, ha llegado a convertirse casi en una leyenda. Y ahora, cuando por encima de las crestas de la Cordillera de los Andes y a través de las inmensidades del Atlántico, se nos brinda el honor, finalmente, de que volvamos a contarla en esta sala, hela, pues, aquí, simplemente.
En una pequeña aldea del valle de Elqui nació, hace algunas decenas de años, una joven maestra rural cuyo nombre era Lucila Godoy Alcayaga. Godoy era el nombre paterno, Alcayaga el materno, uno y otro de origen vasco. El padre, que había sido maestro, improvisaba versos con alguna facilidad. Este talento parece haber estado unido en él con la inquietud y la inestabilidad habituales de los poetas. Abandonó su familia cuando su hija, para la cual había construido un pequeño jardín, era todavía una niña. La joven madre, que debería vivir largamente, ha contado que a veces sorprendía a su pequeña hija solitaria trabada en conversaciones íntimas con los pájaros y las flores del huerto. Según una versión de la leyenda, fue rechazada de la escuela. Aparentemente, se la consideró poco dotada para desperdiciar en ella las horas de la enseñanza. Se instruyó por sus propios medios y llegó tan lejos que ocupó el puesto de maestra rural en la pequeña aldea de La Cantera. Fue allí que se cumplió su destino, cuando llegaba a los veinte años. Un empleado de ferrocarriles trabajaba en la misma aldea y entre ellos nació un amor apasionado.
Conocemos pocos detalles de esta historia. Sabemos solamente que él la traicionó. Un día de noviembre de 1909, se atravesó las sienes de un balazo.
La muchacha fue presa de una desesperación sin límites. Como Job, elevó sus clamores al Cielo, que había permitido tal cosa. Desde el valle perdido en las montañas desérticas y requemadas de Chile se levantó una voz que los hombres en torno escucharon hasta muy lejos. Una banal tragedia cuotidiana perdía así su carácter privado y entraba en la literatura universal. Fue entonces que Lucila Godoy Alcayaga se convirtió en Gabriela Mistral. La pequeña maestra rural de provincia, esta joven colega de mademoiselle Lagerlöf, de Marbacka, llegaría a ser la reina espiritual de toda la América Latina.
En cuanto los poemas escritos en recuerdo del muerto dieron a conocer el nombre del nuevo poeta, la poesía sombría y apasionada de Gabriela Mistral comenzó a propagarse por toda la América del Sur. Sin embargo, fue sólo en 1922 que ella hizo imprimir en Nueva York su grandioso conjunto de poemas, Desolación. Son lágrimas maternales las que estallan en mitad del libro, en el decimoquinto poema, lágrimas vertidas por el hijo del muerto, este hijo que ya no debía nacer jamás.
Decía:
Un hijo, como árbol conmovido
de primavera alarga sus yemas hacia el cielo.
¡Un hijo con los ojos de Cristo engrandecidos,
la frente de estupor y los labios de anhelo!
Sus brazos en guirnalda a mi cuello trenzados;
el río de mi vida bajando a él, fecundo,
y mis entrañas como perfume derramado
ungiendo con su marcha las colinas del mundo.
Al cruzar una madre grávida, la miramos
con los labios convulsos y los ojos de ruego,
cuando en las multitudes con nuestro amor pasamos.
¡Y un niño de ojos dulces nos dejó como ciegos!
En las noches, insomne de dicha y de visiones,
la lujuria de fuego no descendió a mi lecho.
Para el que nacería vestido de canciones
yo extendía mi brazo, yo ahuecaba mi pecho...

Gabriela Mistral proyectó su amor maternal sobre los niños a los cuales instruía. Para ellos había escrito sus sencillas canciones y esas rondas reunidas en Madrid en 1924 bajo el título de Ternura. En honor suyo, cuatro mil niños mexicanos cantaron una vez esas rondas. Gabriela Mistral se convirtió en el poeta de la maternidad de adopción.Recién en 1938 apareció en Buenos Aires y para beneficio de los niños víctimas de la Guerra Civil de España, su tercer gran volumen, Tala, título que puede traducirse por Devastación, pero que también designa un juego infantil.

Contrastando con la patética emoción
de DesolaciónTala expresa la calma cósmica que envuelve a la tierra de Sudamérica, cuyo aroma llega hasta nosotros. Henos aquí de nuevo en el huerto de la infancia, de nuevo los íntimos diálogos con la naturaleza y las cosas. En una mezcla curiosa de himno sagrado y de ingenua canción para niños, estos poemas sobre el pan y el vino, la sal, el maíz, el agua, ¡esta agua que puede entregarse de diversas maneras al hombre conturbado, cantan los alimentos primordiales de la vida humana!

A la casa de mis niñeces              
mi madre me traía el agua.                
Entre un sorbo y el otro sorbo          
la veía sobre la jarra.               
La cabeza más se subía            
y la jarra más se abajaba.                 
Todavía yo tengo el valle,         
tengo mi sed y su mirada.         
Será esto la eternidad               
que aún estamos como estábamos.             
Recuerdo gestos de criaturas
eran gestos de darme el agua.

Esta poetisa nos ofrece ella misma en propia mano maternal su brebaje, que tiene el gusto de la tierra y que apacigua la sed del corazón. Ha surgido de la fuente que manaba para Safo en una isla de Grecia y para Gabriela Mistral en el valle de Elqui, la fuente de la poesía, que no se agotará jamás sobre la tierra.

«Señora Gabriela Mistral:
Habéis hecho un viaje demasiado largo para un discurso tan corto. En el espacio de algunos minutos, he contado, como un cuento, a los compatriotas de Selma Lagerlöf, la extraordinaria peregrinación que habéis realizado para pasar de la cátedra de maestra de escuela al trono de la poesía. Para rendir homenaje a la rica literatura iberoamericana es que hoy nos dirigimos muy especialmente a su reina, la poetisa de Desolación, que se ha convertido en la grande cantadora de la misericordia y la maternidad.
Os suplico, señora, tengáis a bien recibir de manos de Su Majestad real el premio Nobel de Literatura que la Academia Sueca os ha otorgado».

«¡Con qué señorío calmo bajó los escalones ella, a quien yo había visto poco antes tan inquieta! ¡Qué apropiada justeza hubo en su leve inclinación delante del Rey y en el lento movimiento de la mano con que agradeció la ovación del público!». Así comentaba Mujica Láinez el momento en el que Gabriela Mistral recibía el premio.
Esa misma noche, en el Palacio del Ayuntamiento se debía realizar el banquete de honor para 610 invitados. Allí los premiados fueron presentados al príncipe heredero, quien iba a presidir la fiesta. Fue él quien condujo del brazo a Gabriela Mistral hasta el asiento que le correspondía, a su derecha.
Luego de un resumido discurso en inglés, donde se elogiaba a los premiados, estos últimos se dirigieron a los presentes en su propio idioma. Gabriela Mistral, pronunció las siguientes palabras de agradecimiento:
«Tengo la honra de saludar a sus Altezas Reales los Príncipes Herederos, a los Honorables Miembros del Cuerpo Diplomático, a los componentes de la Academia Sueca y a la Fundación Nobel, a las eminentes personalidades del Gobierno y de la Sociedad aquí presentes.
Hoy Suecia se vuelve hacia la lejana América Ibera para honrarla en uno de los muchos trabajadores de su cultura. El espíritu universalista de Alfredo Nobel estaría contento de incluir en el radio de su obra protectora de la vida cultural al hemisferio sur del Continente Americano tan poco y tan mal conocido.
Hija de la Democracia chilena, me conmueve tener delante de mí a uno de los representantes de la tradición democrática de Suecia, cuya originalidad consiste en rejuvenecerse constantemente por las creaciones sociales más valerosas. La operación admirable de expurgar una tradición de materiales muertos conservándole íntegro el núcleo de las viejas virtudes, la aceptación del presente y la anticipación del futuro que se llaman Suecia, son una honra europea y significan para el Continente Americano un ejemplo magistral.
Hija de un pueblo nuevo, saludo a Suecia en sus pioneros espirituales por quienes fui ayudada más de una vez. Hago memoria de sus hombres de ciencia, enriquecedores el cuerpo y del alma nacionales. Recuerdo la legión de profesores y maestros que muestran al extranjero sus escuelas sencillamente ejemplares y miro con leal amor hacia los otros miembros del pueblo sueco: campesinos, artesanos y obreros.
Por una venturanza que me sobrepasa, soy en este momento la voz directa de los poetas de mi raza y la indirecta de las muy nobles lenguas española y portuguesa. Ambas se alegran de haber sido invitadas al convivio de la vida nórdica, toda ella asistida por su folclor y su poesía milenarios.
Dios guarde intacta a la Nación ejemplar su herencia y sus creaciones, su hazaña de conservar los imponderables del pasado y de cruzar el presente con la confianza de las razas marítimas, vencedoras de todo.
Mi patria, representada aquí por nuestro culto Ministro Gajardo, respeta y ama a Suecia y yo he sido enviada aquí con el fin de agradecer la gracia especial que le ha sido dispensada. Chile guardará la generosidad vuestra entre sus memorias más puras».

«Cuando me encontré con Gabriela Mistral -recuerda Mujica Láinez-, vi que sus ojos brillaban de lágrimas retenidas, y con el solo título, en este caso sobrado, de ser un argentino que la conoció hace años y que volvía a encontrarla por gracia de la casualidad en este país hospitalario, pero tan distinto, tan remoto de todo lo nuestro, la abracé y le dije: 'Señora, considere usted que es el abrazo de nuestra América'».
Años más tarde, ya en Chile, el propio ministro Gajardo Villarroel, recordaría esta ceremonia como sigue: «Gabriela Mistral fue la tercera en ser llamada. Acto seguido, se levantó de su asiento y, lentamente, con esa majestad de sacerdotisa antigua, atravesó el proscenio y ascendió la pequeña escalera para ir a presencia del Rey. Todo el teatro se puso de pie. Resonaron las trompetas, llenando el ambiente de dulces armonías. El Rey saludó con mucho afecto a Gabriela, cuyo rostro se iluminó con esa suave sonrisa, que encantaba a los que la conocían. Sus ojos brillaban con una mirada afable y humilde, como si no fuera para ella el premio que en esos momentos se le entregaba. Mi emoción fue intensa. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo y sentí que mis ojos se humedecían. Veía frente al anciano monarca a Lucila Godoy Alcayaga. La pobre profesora rural de los pequeñuelos del valle de Elqui. La campesina, la mestiza aimará que por su talento, sus virtudes, su exquisita sensibilidad, recibía el más alto galardón a que puede aspirar un escritor. Veía, también, a una chilena, genuina representante de nuestro pueblo, de nuestra raza».
Gabriela Mistral permaneció un mes en Suecia, donde se le rindieron toda clase de homenajes. Se gana rápidamente la simpatía del pueblo sueco, que vio en ella a otra Selma Lagerlöf. Aunque se la invitó a quedarse en el país el tiempo que deseara, Gabriela continúa viaje a Francia, Italia y Gran Bretaña, países que no visitaba desde antes de la guerra.

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